Era una mañana de jueves, muy congelada por cierto, pues los estragos de un
frente frío se dejaban sentir, para ser exactos eran las 6:30. ¡Que dilema!, me dije al despertar, ¿ropa
ligera y una buena chamarra?, no sabía cuál era la opción, mientras lo
pensaba me dirigí hacia el baño y con
pocos ánimos, pero con una rica agua calientita, mi mente comenzó a divagar.
¿Cómo será el lugar?, ¿Realmente me gustará?, No sé nada de Arte, mientras me
atormentaba con tantas preguntas y después de 20 min, Mi alarma comenzó a
sonar, ya se me había hecho un poco tarde.
Minutos después salí
corriendo, por un momento olvide lo
puntual y preciso que era mi profesor de Imagen, ¿cómo se me pudo olvidar?, los
nervios me comían y tras un sándwich mal preparado le marque al taxi, quien
llego tarde como de costumbre.
A bordo del taxi mire
el reloj ya eran las 7:30, realmente sentía no llegar, baje como pude y me dirigí
hacia mi salón, y desde ese momento supe que la aventura apenas comenzaba.
Unos minutos después de las ocho, abordamos el
transporte, uno por cierto muy pequeño y
demasiado incómodo para ser precisa. Los lugares eran pocos y no todos cupimos,
por supuesto que las molestias y algunos comentarios comenzaron a surgir. ¡Cómo
es posible!, muchos decían, ¡El costo realmente no lo vale!.
Después de tanto ajetreo, la camionetita arrancó, cuando algunas compañeras comenzaron
a gritarle al profesor de que una de sus amigas estaba por llegar a la
institución, pero fue demasiado tarde. Sin ton ni son nuestra siguiente parada
sería la Ciudad de México.
Todos íbamos muy tranquilos, algunos platicando, otros
desayunando, pero definitivamente muy incómodos, pues era tan pequeño el
espacio que las pláticas se combinaban y de todo te enterabas.
A las 9:30
llegamos a la Ciudad de México, el
tráfico pintaba para un buen tiempo más a bordo del trasporte. Sin dejar de
mencionar que al menos a dos, les urgía una parada inmediata al sanitario.
Los minutos transcurrían, estábamos tan cerca pero a la vez
demasiado lejos de llegar a la exposición fotográfica y artística del famoso “Metinines” y los hermanos
“witkin”, en el Foto museo, cuando
comencé a creer en los estragos del efecto domino matutino por culpa de mis
pocos ánimos, pues la torreta de la patrulla se encendió y en ese momento supe
que algo no andaba bien. El chofer bajo del autobús, y desde la ventana
observábamos que el oficial le hacía unas preguntas, y tras una revisión de
rutina proseguimos nuestro camino.
Más tarde, por fin llegamos al foto museo, y otra sorpresa
nos esperaba, pues aún no estaba abierto. Para consumir tiempo nos metimos a
un restaurante que se encontraba
exactamente enfrente del lugar, los platillos se veían exquisitos, pero el
estómago no se encontraba tan disponible, pues en el camino aprovechamos para
desayunar.
A las 11:30 por fin entramos al foto museo, debo admitir que
las fotografías eran demasiado buenas, aunque grotescas, pues se plasmaban historias, historias trágicas,
accidentes, que marcaron de por vida a muchas personas, en diferentes sucesos,
que son tan cotidianos como
impredecibles.
Me adentraba cada vez más al museo y me daba cuenta de lo
frágil que somos como humanos, sin importar la raza, la condición, la edad ni
el sexo, al final del día terminamos siendo objetos. Las obras eran
complicadas, la mente se abría y trataba de encontrarle una explicación a lo
que veía, algunas obras me parecían un tanto absurdas, y me percaté de que
aquello que es diferente a nuestra realidad o al menos a lo que le llamamos así,
nos exalta. Definitivamente me gusto, Valió la pena, me
dije.
Saliendo del Foto museo nos dirigimos a la Cineteca, me tenía
muy intrigada, pues el cine de arte no era un tema que yo manejara, ¿la
película? Anomalía se llamaba, Algo nuevo
pero definitivamente inquietante para mí. Mi día termino con una puesta de sol,
una sonrisa en el rostro y una nueva experiencia que abrió mi interés por el
Arte. Un día donde descubrí un gusto que ni yo conocía, sorprendente ¿no?
Crónica por: Irasema Wendoline Marín.
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