martes, 8 de marzo de 2016

Tras el Arte en la Ciudad de México


Era una mañana de jueves, muy  congelada por cierto, pues los estragos de un frente frío se dejaban sentir, para ser exactos eran las 6:30.  ¡Que dilema!, me dije al despertar, ¿ropa ligera y una buena chamarra?, no sabía cuál era la opción, mientras lo pensaba  me dirigí hacia el baño y con pocos ánimos, pero con una rica agua calientita, mi mente comenzó a divagar. ¿Cómo será el lugar?, ¿Realmente me gustará?, No sé nada de Arte, mientras me atormentaba con tantas preguntas y después de 20 min, Mi alarma comenzó a sonar, ya se me había hecho un poco tarde.
Minutos  después salí corriendo,  por un momento olvide lo puntual y preciso que era mi profesor de Imagen, ¿cómo se me pudo olvidar?, los nervios me comían y tras un sándwich mal preparado le marque al taxi, quien llego tarde como de costumbre.
A bordo del taxi  mire el reloj ya eran las 7:30, realmente sentía no llegar, baje como pude y me dirigí hacia mi salón, y desde ese momento supe que la aventura apenas comenzaba.
Unos minutos después de las ocho, abordamos el transporte,  uno por cierto muy pequeño y demasiado incómodo para ser precisa. Los lugares eran pocos y no todos cupimos, por supuesto que las molestias y algunos comentarios comenzaron a surgir. ¡Cómo es posible!, muchos decían, ¡El costo realmente no lo vale!.
Después de tanto ajetreo, la camionetita  arrancó, cuando algunas compañeras comenzaron a gritarle al profesor de que una de sus amigas estaba por llegar a la institución, pero fue demasiado tarde. Sin ton ni son nuestra siguiente parada sería la Ciudad de México.
Todos íbamos muy tranquilos, algunos platicando, otros desayunando, pero definitivamente muy incómodos, pues era tan pequeño el espacio que las pláticas se combinaban y de todo te enterabas.
 A las 9:30 llegamos  a la Ciudad de México, el tráfico pintaba para un buen tiempo más a bordo del trasporte. Sin dejar de mencionar que al menos a dos, les urgía una parada inmediata al sanitario.
Los minutos transcurrían, estábamos tan cerca pero a la vez demasiado lejos de llegar a la exposición fotográfica y artística  del famoso “Metinines” y los hermanos “witkin”,  en el Foto museo, cuando comencé a creer en los estragos del efecto domino matutino por culpa de mis pocos ánimos, pues la torreta de la patrulla se encendió y en ese momento supe que algo no andaba bien. El chofer bajo del autobús, y desde la ventana observábamos que el oficial le hacía unas preguntas, y tras una revisión de rutina proseguimos nuestro camino.
Más tarde, por fin llegamos al foto museo, y otra sorpresa nos esperaba, pues aún no estaba abierto. Para consumir tiempo nos metimos a un  restaurante que se encontraba exactamente enfrente del lugar, los platillos se veían exquisitos, pero el estómago no se encontraba tan disponible, pues en el camino aprovechamos para desayunar.
A las 11:30 por fin entramos al foto museo, debo admitir que las fotografías eran demasiado buenas, aunque grotescas, pues  se plasmaban historias, historias trágicas, accidentes, que marcaron de por vida a muchas personas, en diferentes sucesos, que son tan  cotidianos como impredecibles.
Me adentraba cada vez más al museo y me daba cuenta de lo frágil que somos como humanos, sin importar la raza, la condición, la edad ni el sexo, al final del día terminamos siendo objetos. Las obras eran complicadas, la mente se abría y trataba de encontrarle una explicación a lo que veía, algunas obras me parecían un tanto absurdas, y me percaté de que aquello que es diferente a nuestra realidad o al menos a lo que le llamamos así, nos  exalta.  Definitivamente me gusto, Valió la pena, me dije.
Saliendo del Foto museo nos dirigimos a la Cineteca, me tenía muy intrigada, pues el cine de arte no era un tema que yo manejara, ¿la película?  Anomalía se llamaba, Algo nuevo pero definitivamente inquietante para mí. Mi día termino con una puesta de sol, una sonrisa en el rostro y una nueva experiencia que abrió mi interés por el Arte. Un día donde descubrí un gusto que ni yo conocía, sorprendente ¿no?

Crónica por: Irasema Wendoline Marín.

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